A LHASA


Te forjaste en el río de la vida, las más altas cumbres te acunaron, y las gélidas aguas glaciares amamantaron tu espíritu.

Lugar santo, ciudad santa, Lhasa, la madre del espíritu, en la que el fuego permanente toma su fuerza de la casa de los inmortales.

Cuando sopla el frío viento y las aguas esmeralda reflejan el rostro de los grandes maestros se dibujan, en las aristas escarpadas, rostros escondidos, dioses ancestrales confundidos con las piedras. Esculturas, juegos de la luz y de la sombra que inquietan y siembran preguntas.

Al pisarla, al posar mis pies sobre la acogedora tierra de los Himalayas, un silencio atronador se hizo eco en mi interior, y algo de mí dentro de mí lo supo con certeza: tierra santa, lugar santo, más cerca del Gran Espíritu, rozando con la punta de los dedos la Luz, más cerca del Cielo.

En Lhasa la sutil atmósfera desafía a los pulmones y, más allá de la generosa energía del Cielo y de la insuficiente generosidad del aire, la constante sonrisa tibetana al viajero, al diferente, se convierte en la mejor moneda de cambio y alimento: sonrisa por sonrisa, gesto por gesto, mirada por mirada..., encuentros entre mundos diferentes y no tan distintos. Mundos dentro de mundos, distancias superables, rostros transparentes como el aire, imágenes nunca observadas, palabras nunca expresadas que claman en el silencio, felicidad por el encuentro y la pureza. Somos iguales, pero soñamos diferente.

Lhasa, la que nos regaló un eclipse, la que nos recibió acogedora y simple, la que camina hacia un futuro incierto, la que nos mostró sus templos, la luz que no se ve del mundo que se ve, lugar de los dioses.

En los sueños sin recuerdo, cuando la mente se aquieta y se duerme, y me vence el olvido, las alas del espíritu me llevan a recorrer pasillos imposibles, y a visitar estancias prohibidas, lugares de sanación y conocimiento donde los sonámbulos del espíritu comparten sus historias y sus preguntas, y buscan respuestas vestidas de túnica azafrán.

Lhasa, la lejana y la cercana, la ciudad que toca el cielo y roza Shambala.

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